LA INFANTA
CRISTINA Y YO, DE LA DISCRECIÓN A LA IMPUTACIÓN
Conocí a la hija menor de los Reyes en una edición de las
Regatas “Conde de Godó”, en el Club Náutico de Barcelona. Un amigo en común,
que sabía que era periodista, me prometió que me la presentaría y así fue.
Antes de producirse el encuentro me aleccionó de cuál debía ser mi
comportamiento. “Si ella te da la mano, tú se las das, no le preguntes daba si
ella no se dirige a ti, en cualquier caso la conversación versará sobre los
barcos y la competición deportiva”. Dicho y hecho, nos dimos la mano, hablamos
sobre el viento que soplaba, poco favorecedor para las embarcaciones y gran
cosa más. Justo al lado estaba el Príncipe de Asturías, pero no pude saludarle.
La impresión que me dio Cristina fue la de una persona sencilla, sin muchas
pretensiones. Por aquel entonces ya había tenido un fugaz noviazgo con Álvaro
Bultó, Barcelona vivía la época postolímpica y la Infanta no se separaba de su
prima, Alexia de Grecia. Ambas eran uña y carne y sonadas eran las fiestas,
organizadas durante las regatas, en las que disfrutaban hasta altas horas de la
madrugada. Cristina de Borbón era una más en la tripulación “Azur de Puig”, se
mezclaba con todo el mundo y compartía comidas con gentes varias. Incluso un
compañero periodista, dedicado a otros menesteres comió un día con ella y un
grupo de amigos en el restaurante de librería Laie, sin darse cuenta de quién
era su compañera de mesa. Los que la conocimos en los 90 vimos que tras conocer
a Iñaki Urdangarin algo podría cambiar en su vida, para bien o para mal. Así
las cosas la probada ambición del Duque de Palma ha manchado su nombre y ha puesto en la
picota la monarquía. De ser una persona que no hacía gala de su estatus a
sentarse próximamente en el banquillo por el caso Nóos.